Julia Pérez Lozano

Licenciada en Ciencias de la Información por la UCM. Especialista en gastronomía. Autora de numerosos libros y guías. Trabaja con lo que más le gusta: las palabras y los alimentos.

Publicado 21/02/2013

VALORACIÓN 6.5/7

Este singular restaurante, que se encuentra dentro de un vivero de plantas para jardín, se ha convertido en un fenómeno social con largas listas de espera.

Una dirección para iniciados. Bajo sus pérgolas se cita para desayunar, comer o merendar, un público muy “british” que refuerza el encanto victoriano del lugar, que parece sacado de una película de época.

No hay que esperar formalidades, ni en el servicio, bastante atolondrado aunque siempre sonriente; ni en el menaje, viejas mesas de madera y sillas desvencijadas; ni en la cocina, fresca y naïf pero cargada de sensibilidad.

La chef Skye Gyngell tiene talento para combinar ingredientes, texturas, aliños y lograr platos equilibrados, de elegante presentación que no caen en la cursileria.

Llama la atención la frescura de los ingredientes, sobre todo los vegetales, muchos de ellos cultivados en la propia finca, que aparecen exultantes de sabor, tersos, jugosos…

La baza más sugerente son las ensaladas -con predominio de productos crudos- increíblemente bien aliñadas. Por ejemplo, “pera, apio, jamón, Parmesano y hojas” o “higos, queso fresco y jamón”.

No desmerecen las pastas como los parpadelle con tomates secos y ricotta (queso fresco) y son resultones los platos principales como la pierna de cordero guisada a fuego lento con pimentón. Los postres irresistibles.