Scala Dei Cartoixa 1974: descorchando el primer Priorat de la historia

Antes de que los internautas más agudos se me echen encima, reconoceré que el titular de este post tiene trampa: en honor a la verdad, el tinto Cartoixa 1974 de Scala Dei no es "el primer priorat de la historia". Faltaría más, ya que esta comarca catalana atestigua antecedentes vinícolas que se remontan hasta el siglo XII. Pero el titular viene a cuento porque el vino en cuestión es, efectivamente, el primero que se embotelló con el sello de la D.O. Priorato (que así se llama entonces, hoy es D.O.Q. Priorat). Por tanto, merece un lugar destacado en la historia, sin lugar a dudas.

Aclarado este punto, diré que el interés que tiene una cata vertical de Scala Dei se debe a la condición de pionera que tiene esta bodega en el Priorat. Heredera de la tradición y el savoir faire vinícola de los monjes cartujos, que se asentaron en la comarca en el siglo XII, –documentando cuáles eran los mejores pagos y las distintas características de los terruños de la zona–, Scala Dei fue el único referente de calidad en Priorat hasta la llegada de un puñado de viticultores iluminados, que en los años '80 del pasado siglo comprendieron que esta comarca atesoraba un enorme potencial para elaborar grandes vinos. Me refiero, claro, a Álvaro Palacios, René Barbier, José Luis Pérez y el resto de los intrépidos bodegueros que, en apenas unos pocos años, consiguieron situar a esta D.O. en la elite mundial.

Sin embargo, ninguno de estas fulgurantes estrellas del nuevo Priorat tiene vinos tan antiguos como los que atesoran las cavas de Scala Dei. De modo que, de momento, sólo podemos recurrir a esta bodega para vislumbrar cómo evolucionan los tintos de la zona tras más de treinta años en la botella.

La incógnita me llevó hasta Barcelona, el pasado 12 de noviembre, para presentarme en el estilizado comedor de Monvínic, donde tuvo lugar la cata vertical de Scala Dei, amén de otros vinos de la gama más alta de las bodegas que conforman el grupo Codorníu Raventós.

La histórica sesión estuvo dirigida por Ricard Rofes, actual enólogo de la bodega, que expuso muy bien la evolución de esta marca, acorde a las tendencias y la propia identidad de la casa.

Porque, a pesar de que están considerados como el referente más clásico del Priorat, los vinos de Scala Dei también mudaron de modelo en las últimas cuatro décadas. Así es como los dos vinos más antiguos que se cataron en esta ocasión –Cartoixa 1974 y 1975– se mostraron serios y austeros, más exhausto el primero –ya en el final de su vida, con una oxidación avanzada– y aún vivaz el segundo, apuntado notas de pimienta, tinta china e incluso matices de carne cruda. Estos dos tintos, así como el tercero, el pletórico Cartoixa 1987 –robusto, elegante y con un fino perfil mineral– fueron elaborados exclusivamente con garnacha tinta y a la antigua usanza, vinificados en lagares de cemento y criados en barricas viejas.

El siguiente, Cartoixa 2004, revela un cambio de rumbo en la enología de la casa, que incorporó la cabernet sauvignon intentando quizás sintonizar con el gusto parkerizado que exigían los mercados hasta antes de ayer. Por eso aún hoy denota una intencionada sobreextracción: es un tinto potente y concentrado, con una boca plena. Y se encuentra en un excelente estado de forma, todo hay que decirlo.

Por fin, el último de la cata, Cartoixa 2011, aunque aún es un joven imberbe que no expresa todas sus virtudes, demuestra que Scala Dei está regresando a sus orígenes, buscando una mayor frescura –aunque siempre con la calidez propia de los tintos mediterráneos– y ofreciendo el protagonismo a la garnacha, bien secundada por la cariñena. A la sazón, la reina y la princesa del Priorat.

Para quien esto escribe, la gran revelación de esta cata no fueron los viejos Cartoixa (con perdón), sino el último tinto que se ha sacado de la manga el inspirado Rofes: Masdeu 2011, una edición limitada nacida de las garnachas que crecen en las viñas más altas de Scala Dei, a más de 800 metros sobre el nivel del mar. Vinificado al estilo tradicional, y criado en fudre, es fresco, finísimo y muy seductor. Una pequeña joya de la que sólo se ha elaborado una bota, con lo cual habrá que rebuscar en las enotecas del mundo para hacerse con una botella. A ver si hay suerte.

    

Federico Oldenburg

Periodista especializado en vinos y destilados, colaborador de numerosos medios internacionales y jurado de los más prestigiosos certámenes vinícolas.

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