A fuego vivo, siempre controlado, se sofríe el conejo y las verduras en aceite de oliva. Se añaden caldos. Después el arroz y azafrán.
La capa de arroz no alcanza el grosor de un dedo. Tersos y sueltos los granos están llenos de sabor. La madera y los sarmientos de la combustión le aportan un aroma delicado y especialísimo.
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