Días antes de la vendimia, el fuego llegó a los viñedos. La escena se repite de Monterrei a Valdeorras, del Bierzo a la Ribeira Sacra: colinas ennegrecidas, terrazas de piedra tiznadas y racimos que, a punto de ser cosechados, han visto cómo el calor y el humo se les echaban encima.
El verano de 2025 ha instalado en el noroeste de España una estampa que ya no es excepcional: incendios de gran intensidad en el borde mismo de las zonas vinícolas, con el reloj de la cosecha corriendo en contra.
Organizaciones ambientales y medios coinciden en que este ha sido uno de los veranos más duros de la década por superficie quemada en el país, con estimaciones que superan las 350.000-400.000 hectáreas, y con Galicia, Castilla y León y Extremadura como grandes damnificadas.
En Oímbra (Ourense), corazón de la DO Monterrei, el viticultor y bodeguero Ernesto Rodríguez lo resume con una frase elocuente: «He visto viñedos completamente arrasados. No es que arda la cepa, pero el calor lo devora todo: quema las hojas, la vegetación, y la uva se muere». La descripción duele, porque llega justo cuando el campo se dispone a cortar, cuando el trabajo de todo el año cuaja en racimos.
El presidente del Consejo Regulador de Monterrei, Manuel Vázquez, lo califica como «muy fuerte, nunca visto antes» y sitúa la magnitud del desastre en decenas de miles de hectáreas calcinadas en el entorno, con la vendimia a menos de dos semanas.
Las palabras de Rodríguez dialogan con lo que se escucha valle arriba. En Valdeorras, el avance nocturno de las llamas encendió parroquias vitícolas y dejó un efecto invisible pero tangible en la viña: «abazar», ese exceso de calor que interrumpe el flujo de savia y seca la uva antes de su madurez. No siempre hay llama sobre tronco; a veces el daño viaja en forma de calor radiante, viento seco y ceniza.
Y, sin embargo, los viñedos también han actuado como defensas. Técnicos y responsables de las denominaciones ourensanas repiten la idea con insistencia: la viña trabajada, arada, con suelos limpios y calles despejadas, se comporta como una franja de contención. «Los viñedos salvaron las casas», subraya Santiago Pérez, técnico del Consejo Regulador de Valdeorras.
Antonio Lombardía, presidente de la DO Ribeira Sacra, lo corrobora: «Las viñas han hecho de cortafuegos natural; se han afectado algunas cepas de los laterales, pero realmente lograron cortar el fuego». La imagen –cepas viejas frenando la carrera de las llamas hacia las aldeas– ha sido una constante estos días.
Imagen impactante de uno de los incendios sobre los viñedos en la provincia de Ourense
En el Bierzo, el presidente del Consejo, Adelino Pérez, reivindicó precisamente ese papel protector en torno a los pueblos y lanzó un mensaje de prudencia: la ceniza sobre el hollejo no tiene por qué comprometer la calidad si no hay humo penetrante en pulpa y pepita; la clave estará en cómo evolucionen tiempo y vendimia. El propio Consejo anticipa una cosecha de volumen medio y buena calidad si el tiempo acompaña.
¿Qué queda tras el fuego en una comarca de viñedo? En lo visible, parrales chamuscados en los márgenes, líneas exteriores de cepas con hojas secas y bayas pasificadas por el calor, postes y mangueras derretidos, bancales inestables. En lo invisible: estrés hídrico agudo, alteración de la fisiología de la planta y un enemigo sutil que cada año asoma en la literatura técnica: el “smoke taint”, o defecto de humo, derivado de la absorción de compuestos fenólicos volátiles presentes en el humo y que pueden trasladarse al vino en forma de notas a ceniza fría, bacon ahumado, cenicero o plástico quemado.
Las técnicas en bodega existen –reducir maceraciones, clarificaciones más intensas, desviarse a estilos rosados o blancos cuando la uva tinta ha estado expuesta–, pero ninguna garantiza eliminar el problema al 100%. La decisión de vendimiar, separar lotes o descartarlos será caso a caso.
La experiencia internacional aconseja prudencia. Australia, durante el “Black Summer” 2019–2020, perdió hasta el 80–90% de la producción en regiones como Adelaide Hills por riesgo de humo o por uva descartada; de ahí que el sector español mire con atención los protocolos de muestreo y análisis de compuestos fenólicos para minimizar errores.
Racimos afectados por el «smoke taint» en el Black Summer del verano 2019-2020 en los viñedos de Adelaide Hills (Australia)
A 31 de agosto, las cifras aún se mueven, pero el relato técnico que llega de Ourense introduce matices: “Hay un porcentaje altísimo de viñas que se han salvado”, apuntan desde Valdeorras, aunque con bodegas puntualmente muy tocadas –casos de pérdidas del 70% en parcelas concretas de la ribera del Bibei–.
En Ribeira Sacra, con más de 1.300 hectáreas inscritas, el primer balance habla de “afectación pequeña” concentrada en viñas de borde y en zonas próximas a los grandes focos. La vendimia ha comenzado en parcelas puntuales y se prevé que lo fuerte arranque a primeros de septiembre, si las condiciones lo permiten.
En paralelo, la administración autonómica ha desactivado el nivel 2 de emergencia en Ourense y ha anunciado ayudas para los afectados, mientras el Gobierno central, tras visitar la zona, subrayó el esfuerzo de medios de extinción y la necesidad de articular la reconstrucción. Las medidas de protección civil en Cataluña –cierres preventivos en Cap de Creus y l’Albera por peligro extremo– recuerdan que el riesgo está extendido por toda la España mediterránea, con el Empordà como otra comarca vitícola históricamente vulnerable al viento y al fuego.
De nuevo, las declaraciones del campo convergen. En León, el chef y ganadero José Gordon contaba hace días cómo cerró su restaurante El Capricho y evacuó 60 bueyes cuando el fuego se acercó; en el Valle del Jamuz, la bodega Fuentes del Silencio calculaba daños en torno al 15% de sus 25 hectáreas. Más allá de la anécdota, se va imponiendo una agenda: coordinación de voluntarios, planificación de cortafuegos agrarios, personal forestal estable todo el año y simplificación de trámites para el manejo del monte. “Falta alguien que coordine; con organización y antelación, los daños podrían ser menores”, repetían.
En el ámbito agrario, asociaciones como ASAJA han pedido reforzar prevención y gestión del territorio –desbroces, limpiezas, franjas de protección– y han vinculado el abandono del campo con el aumento del riesgo. El mensaje es incómodo pero directo: prevenir cuesta menos que apagar y reconstruir.
Un viñedo de Fuentes del Silencio, en Jiménez de Jamuz, que actuó como cortafuegos frente a uno de los incendios en León
A horas de tirar de tijera en muchas laderas, las previsiones son prudentes. En Ourense, los consejos reguladores han abierto registros para cuantificar daños y confían en que una lluvia temprana ayude a limpiar ceniza superficial; cuando no la haya, tocará seleccionar racimos, lavar uva antes de encubados y separar lotes potencialmente afectados. Algunas bodegas de Valdeorras han arrancado ya de modo muy limitado, y el primer horizonte apunta a una vendimia escalonada hasta entrado octubre en parcelas atrasadas o dañadas. Si el tiempo no se complica, en el Bierzo esperan una cosecha de volumen medio y calidad correcta.
El mercado, entretanto, no espera. El sector llega a 2025 con consumo débil entre jóvenes, costes altos y exigencias comerciales cambiantes (vinos más frescos, menos alcohólicos, identidad territorial clara), a la vez que nuevos países irrumpen en el mapa del vino. Los incendios no hacen sino agravar la sensación de “tormenta perfecta” que ya se cernía sobre el vino español, agravada por los años de sequía, el cambio climático y los aranceles de Trump.
Primera lección
Una viña culta (trabajada, con calles limpias) protege. No es un “cortafuegos” infalible –basta un cambio de viento para que la llama salte bancales–, pero sí una defensa eficaz que gana minutos preciosos a la extinción cuando el mosaico rural no está abandonado. Las DO de Ourense, el Bierzo y técnicos de campo lo han repetido esta semana.
Segunda lección
El humo es un riesgo enológico real, pero gestionable con ciencia, muestreos analíticos y decisiones quirúrgicas en bodega. Las soluciones mágicas no existen; sí la viticultura y la enología de precisión: separar vendimias por exposición al humo, acortar maceraciones, clarificar más y, llegado el caso, reconducir estilos. La prioridad no es salvar litros, sino proteger la reputación de las zonas y marcas.
Tercera lección
Ea prevención es política pública, no solo heroísmo local. El llamado de WWF a una estrategia estatal de gestión integral de incendios –menos reactiva, más de paisaje y prevención– no es un manifiesto para la pared, sino una hoja de ruta: ganadería extensiva, cultivos cortafuegos, silvicultura activa, gestión de combustible y economía rural viva. Si no, cada agosto repetiremos el mismo parte de guerra.
Cuarta lección
Medir mejor para decidir mejor. Hace falta un protocolo sectorial –coordinado por ministerios, comunidades, DO y universidades– para evaluar el “smoke taint” en España: umbrales, métodos, laboratorios de referencia, plazos express de análisis durante campaña y comunicación transparente a mercados. El espejo australiano advierte de los costes de improvisar.
Quinta lección
Seguros y ayudas, sí; pero también simplificación y régimen estable de gestión del monte y del viñedo. Los viticultores no piden imposibles: piden poder desbrozar sin burocracia kafkiana, reabrir pistas, limpiar lindes, rehacer terrazas, replantar márgenes y recibir apoyo técnico para estabilizar suelos y evitar erosión en las primeras lluvias. Las administraciones han comenzado a mover ficha con ayudas y desactivaciones de emergencia; conviene que el impulso no se diluya con la vuelta al curso político.
La vendimia de 2025 quedará en la memoria de los desastres. Y de la de la respuesta coral de un sector que ha aprendido a convivir con extremos. En las semanas que vienen, el mapa mostrará manchas dispares: vinos intocados en zonas no expuestas, vinos seleccionados con cirugía y, sí, vinos descartados por prudencia. Los mercados recibirán mensajes de calidad y de volumen contenidos, con precios probablemente tensos en algunas denominaciones.
Pero hay algo que no conviene lo olvidar, pese a todo: la viña, cuando está viva y trabajada, es un paisaje protector, cultura y economía. Recuperar terrazas olvidadas, devolver animales al monte, multiplicar franjas de cultivo alrededor de aldeas y fomentar mosaicos agroforestales no es nostalgia: es adaptación climática. Y es vino: ese vino que, cuando se hace bien, condensa una geografía y una comunidad. ¡Y es un placer, además!
Mientras tanto, las palabras desde Oímbra siguen resonando: “Ver a la gente llorar como niños es duro de verdad”. Ojalá en la próxima vendimia no tengamos que volver a oírlas.
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