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Con el buen tiempo y el calorcito, y marquen lo que marquen las jornadas laborales oficiales, las semanas pasan a tener 4 días intensos y uno en el que ya casi trabajamos con un pie puesto en la orilla. Los días son largos, las temperaturas suaves, y, como por arte de magia, nuestras ganas de disfrutar de los sentidos, ya sea al aire libre, o cerca de entornos que nos hacen sentir de vacaciones, se multiplican. La Costa Brava -desde Blanes a Port Bou- está llena de locales con propuestas gastronómicas que seducen a sus comensales por su oferta y emplazamiento. Sería imposible señalar todos los establecimientos, pero hemos hecho una buena selección para que los amantes del buen comer colmen sus expectativas para comer bien a la orilla del mar, que no es poco, en los mejores restaurantes de la Costa Brava
Carrer del Mar, 4. Sa Riera. Begur. Tel.: +34 934 92 22 44. Precio desde: 50 €.
Hace tan solo unos días arrancaba Finca Victoria, un nuevo proyecto de hotel de 5 estrellas en la exclusiva zona de la playa de Sa Riera, en pleno corazón de la Costa Brava, en la localidad de Begur. 38 habitaciones junto al mar con el sello Majestic, más un estupendo restaurante: Alkostat del mar que es la versión marinera de cocina catalana de raíz e historia del cocinero – y acérrimo defensor de la cultura y la herencia de la gastronomía catalana –, Jordi Vilà cocinero y propietario de Alkimia en Barcelona.
Carta corta y bien seleccionada que se divide en opciones de dos o cuatro (que no tres) bocados para abrir apetito, entrantes, pastas catalanas, arroces “del señorito”, guisos tradicionales a la cazuela, y brasa de mar o de montaña.
Espectacular el producto y el toque de cocina tradicional, de guiso, de juguito que se rebaña en todos sus platos (hay que pedir pan sí o sí para no dejarse nada). Especial mención al marisco a la brasa que ofrecen con un sencillo pero exquisito acompañamiento de aceite, limón y pimienta. Para los segundos aconsejaría dejarse llevar por la maestría de la mano en la cocina más tradicional de sus cazuelas, ya sean de mar o de montaña, o lanzarse a su pescado del día a la brasa, que siempre encontrarás cocinado al punto de lagrimita en el borde del ojo y acompañado de una generosa guarnición de verduras. De postre, el “menjar blanc” con paraguayo, granizado de albahaca y lima; o el tiramisú de pistachos a cucharadas con sorbete de fruta de la pasión.
Todo esto en una sala distribuida en el centro y alrededor de un patio, al más puro estilo masía catalana, con arcos de “volta” y una cocina vista en la que se nota que se guisa de verdad y se brasea, que no está ahí de exposición y escaparate, y con unos amplios ventanales que permiten adentrarse y participar el entorno de costa del Bajo Empordà, único en su especie.
Carrer Platja d’Aiguablava, 8. Bagur. Tel.: +34 972 11 32 32. Precio: desde 55 euros.
Unos pasos por encima de la cala de Aiguablava, una de las más bellas de la Costa Brava, se encuentra Toc al Mar, un restaurante que ha hecho de la sencillez bien entendida y el respeto al producto marino su seña de identidad. Restaurante – o chiringuito – con alma de cocina auténtica, este rincón frente al mar lleva más de una década conquistando paladares con una fórmula que no necesita artificios: pescado fresquísimo del día que te ofrecen en formato bandeja – lonja, brasa viva y un oficio que se palpa en cada bocado.
La carta, cambiante y marcada por el ritmo del mar y del mercado, se estructura con sabiduría marinera. Propone delicias como la gamba roja de Palamós a la brasa, que se sirve sin más compañía que un buen aceite de oliva virgen extra y unas escamas de sal. El pulpo a la brasa con parmentier de patata y pimentón de la Vera sigue siendo uno de los más solicitados, por su textura impecable y ese sabor a fuego que remite a la cocina de barca. También destacan platos como el suquet de raya, receta tradicional revisada con mimo, o la sardina ahumada sobre pan crujiente con tomate, un bocado que encapsula toda la esencia del Mediterráneo.
Imprescindibles sus arroces, especialmente el seco de cigalas y alcachofas o el clásico “a banda”, que llega a la mesa con ese socarrat que solo se consigue con paciencia y fuego de verdad. Y para quienes no conciben la brasa sin carne, la carta ofrece un filete de vaca vieja madurada o el cordero de la zona, también a la parrilla, con guarniciones de temporada que no son mero acompañamiento: verduras al dente, con sabor de huerta.
Todo ello en un espacio que rehúye del lujo impostado y se entrega a la elegancia rústica del entorno. Mesas de madera bajo porches de caña, manteles que desaparecen para dejar protagonismo a la vista y al producto, y un servicio que conoce la carta al dedillo y sabe recomendar. Aquí se viene a comer bien, a mirar el mar, a dejarse llevar por el ritmo pausado de la Costa Brava, incluso a pesar del turismo masivo que se iniciará en breve y no dará tregua hasta septiembre.
De postre, imposible no mencionar el mel i mató de toda la vida, servido con nueces tostadas y un punto de limón, o la tarta de queso curado, cremosa y con un fondo salino que recuerda a las recetas vascas de este omnipresente postre.
Carrer d’en Calau, 10. Calella de Palafrugell. Tel.: +34 622 60 02 66. Precio desde: 45 euros.
Entre las callejuelas blancas y empedradas de Calella de Palafrugell, donde el mar se cuela entre barcas de madera y buganvillas en flor, se esconde Margarita, un restaurante que viene a sumar sabor y fondo a esta idílica postal de la Costa Brava. El proyecto ocupa una casa tradicional con terraza resguardada del sol, pero frente a la costa cristalina, y un comedor recogido, donde conviven la estética de cocina de pueblo, con un aire joven, fresco y sin pretensiones de postureo.
La carta de Magarita respira temporada y creatividad con raíces claras. Hay juego, pero no alarde; hay técnica, pero sin que pese. La ensalada de tomate azul con anguila ahumada, mejillón en escabeche y encurtidos es un bocado que, en apariencia ligera, esconde capas de umami y una complejidad cítrica y ahumada que hace salivar. Un plato de verano que escapa de la versión común de la ensalada tomatera y deja huella desde el primer bocado.
Le sigue uno de los clásicos que repite temporada tras temporada, como esos hits que el público exige volver a escuchar: la berenjena asada a la llama con burrata, endivia, salvia y miel caliente. El contraste entre la calidez del vegetal braseado y la cremosidad láctea, junto con el toque aromático de la salvia y ese hilo dulce de miel, construye un plato redondo, reconfortante, que se come con pausa y mirada perdida hacia el mar.
Pero si hay un plato que se merece una ovación en pie es el Wellington de acelgas, chalota, flor de seta, remolacha y zanahoria, servido con una demiglace de zanahoria brillante y profunda. Una obra de artesanía vegetal que rompe con cualquier idea preconcebida de lo que puede ser la cocina sin proteína animal. La textura hojaldrada, el punto meloso del relleno y el contrapunto terroso de las hortalizas crean una sinfonía de sabor que emociona, de esas que justifican el viaje, la reserva y hasta el desvío.
Magarita no es un sitio más en la Costa Brava. Es un restaurante que se toma en serio la cocina sin perder la sonrisa, que juega con técnica y estacionalidad, y que se alinea con esa nueva hornada de cocineros que entienden que tradición, producto y creatividad no están reñidos. Aquí se come bien, se piensa mejor, y uno se va con esa sensación de haber encontrado un pequeño secreto al borde del mar.
Passatge Jimmy Rena, s/n. Calella de Palafrugell. Te.: +34 972 30 70 05. Precio desde: 45 euros.
Hay restaurantes en los que el entorno es algo más que un telón de fondo. En Tragamar, el Mediterráneo no solo se ve: se oye, se huele, se siente casi rozar los tobillos. Situado literalmente a pie de la playa del Canadell, este restaurante logra algo poco habitual: parecer inevitable sin ser pretencioso. Forma parte del ecosistema gastronómico impulsado por el grupo Tragaluz, pero mantiene intacta una personalidad propia que le ha permitido enraizarse en la zona con naturalidad y con clientela fija que repite.
Su carta marinera es breve, limpia y bien enfocada. No hay pirotecnias ni florituras: solo producto fresco, combinaciones honestas y cocciones que respetan el ingrediente. Ideal para un almuerzo sin prisas frente al agua, es el lugar perfecto para compartir un par de entrantes, como unas anchoas del Cantábrico con pan con tomate, unas navajas a la plancha o una ensalada de hinojo, cítricos y bacalao, y dejar que la comida fluya al ritmo del Mediterráneo.
El momento del arroz es casi un ritual. Más allá del clásico “del señorito” —sabroso, limpio, con fondo bien trabajado y marisco pelado para que no distraiga el bocado—, conviene explorar otras opciones como el arroz negro con sepia y alioli suave, o el arroz caldoso de bogavante, un plato más festivo, con ese punto justo entre lo lujoso y lo reconfortante. Los sirven en cazuela y en su punto de manera regular.
Pero si algo marca la experiencia en Tragamar, más allá de la vista impagable, es la calidez del equipo. Durante nuestra visita, acompañados de una persona mayor con movilidad reducida, el personal mostró una empatía y delicadeza ejemplares, gestionando la experiencia con amabilidad real, de la que no se entrena, se tiene o no se tiene. Son detalles que, sumados al paisaje y al plato, hacen que la comida se convierta en recuerdo.
Y si hay un final dulce que merece ser contado, es su milhojas de crema, frambuesas y arándanos, una delicadeza servida con crumble crujiente, consistente en una crema suave y aterciopelada, frutas frescas y un susurro de chocolate blanco que equilibra la acidez natural de los frutos rojos. No hay base ni cubierta, pero cada cucharada encuentra su forma y sentido.
Passeig Cípsela. Llafranc. Tel.: +34 872 52 00 11. Precio desde: 45 euros.
En un enclave emblemático de la Costa Brava como Llafranc, el grupo Isabella’s ha implantado un refugio de cocina italiana que va más allá del tópico: simpleza calculada y producto bien seleccionado.
La carta, concisa y bien equilibrada, ofrece entrantes cuidados y platos principales para compartir – o no -. Entre los primeros destacan el bocado de mini steak tartar con foie, y la tosta de tartar de ventresca de atún, sabrosa y suculenta, perfecta para comenzar sin abusar. Otro guiño acertado al arranque son su versión de los huevos estrellados con gamba mediana: la generosidad de la yema y el toque marino hacen de este sencillo plato una delicia, pero con una potencia de sabor moderada.
En la sección de pasta fresca, sobresalen dos platos con personalidad: el Paccheri Alla Vittorio, equilibrado y sencilla, con tomate, mozzarella y albahaca y el Candele con ragú de carrillera que aporta intensidad y profundidad.
En los segundos, el plato estrella es la Tagliata de solomillo al romero con parmesano que se presenta llevando una ramita de romero encendida para “pintar” la carne con su aroma mientras se funde la demiglace que lo acompaña.
El marco es tan encantador como la propuesta: una terraza con reminiscencias parisinas, luminosa, tranquila de día, con luz tenue y romántica de noche, y cuentan con un equipo joven, cercano y con ganas de agradar.
crítica
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