Hace unas semanas, la abadía de Fossanova, en la localidad italiana de Priverno (Lacio), fue el escenario de la cuarta edición de Vini d’Abazzia, iniciativa que tiene como objetivo revelar la íntima relación que une al mundo del vino con el ámbito monacal.
Durante tres días, más de 4.000 visitantes recorrieron los claustros medievales de este soberbio monasterio para degustar los vinos de más de 30 abadías y bodegas vinculadas al patrimonio monástico, tanto italianas como extranjeras (principalmente francesas).
Desde la visión de Gastroactitud, este evento nos ha llamado la atención porque a menudo el vértigo de la actualidad, las ferias vinícolas, las listas, los puntos Parker… –en fin, todo lo que pervierte la apreciación plena y sosegada de lo que nos rodea, en este caso lo que respecta a los asuntos vinícolas– impide reflexionar sobre la auténtica esencia y el origen de lo que vemos, percibimos… Y también sobre lo que comemos y bebemos.
La abadía de Fossanova, en Priverno (Lacio), sede de la última edición de Vini d’Abazzia
Apabullados por el marketing y las últimas tendencias del mundo del vino, no es raro que en estos días aciagos olvidemos el papel que, desde la Edad Media, tuvieron los monasterios en el desarrollo de la viticultura. Gracias a la labor de monjes benedictinos, cistercienses y cartujos, que cultivaban viñas en sus terrenos para la producción de vino litúrgico, se mejoraron técnicas como la selección de cepas, el estudio de los suelos más adecuados para el cultivo de la vid, y la crianza en barrica. Abadías como Cluny o Cîteaux fueron auténticos centros de innovación enológica, y muchos de los grandes viñedos europeos actuales nacen de aquellas antiguas posesiones monásticas.
Hoy son pocos los vinos que puedan llegar a manos del consumidor que aún estén elaborados por monjes. Pero en Italia y Francia –especialmente– aún subsisten abadías que elaboran (y comercializan) sus propios vinos. Mucho más habitual es la raíz monacal que pervive en muchas otras bodegas de aquellos países, donde propietarios laicos prolongan la tradición de abadías que resultaron claves para el desarrollo vinícola en sus respectivas comarcas. A este modelo responden también destacados productores vinícolas españoles, como Abadía Retuerta, Abadía de Poblet o el Celler Scala Dei.
Por ello, en el amplio repertorio de «vinos de abadía» que pudieron apreciar los 4000 aficionados que durante tres días visitaron el claustro medieval de la abadía de Priverno, se contaban productores que aún se mantienen vinculados a la iglesia, así como otros que tienen una relación histórica con la tradición vinícola monacal en sus respectivos orígenes.
En esta cuarta edición de Vini d’Abazzia, fueron 30 las bodegas y monasterios expositores, lo que dio lugar a una selección de vinos variopinta en la que destacaron especialmente algunos productores. Es el caso de Monte Oliveto Maggiore, abadía asentada en las colinas de Siena (Toscana) en el año 1313, en la que los monjes aún intervienen activamente en la elaboración de una interesante gama de vinos.
Monjes de la abadía de Monte Oliveto (Toscana), en plena vendimia
Otros productores que presentaron vinos de calidad en este singular evento, si bien ya no tienen una relación directa con la iglesia, están unidos a la tradición monacal por elaborar sus vinos en el contexto de antiguas abadías o a partir de viñedos que en el pasado fueron patrimonio de las diversas congregaciones religiosas.
Este es el caso de Feudi di San Gregorio –una de las bodegas que más han aportado al resurgimiento de los vinos de calidad en la región de Campania en los últimos 30 años, con magníficos blancos de fiano de Avellino y greco di Tufo, entre otras cosas–, que ha recuperado la tradición vinícola de la abadía del Goleto, asentada en Sant’Angelo dei Lombardi (Campania), desde el siglo XII.
Serrocielo 2023, blanco de variedad falanghina de Feudi di San Gregorio (Campania)
Lo mismo puede decirse de Badia a Passignano, uno de los monasterios más deslumbrantes de Chianti (Toscana), cuya imagen y tradición dan relieve a uno de los proyectos que conforman el amplio entramado de uno de los grupos vinícolas más relevantes de Italia, Marchesi Antinori. Notable –y justificado– prestigio ostenta también Livio Felluga, productor de referencia en la zona del Friuli, cuyo fundador apostó a mediados del siglo XX por la recuperación de los viñedos históricos en esta región septentrional de Italia y hoy elabora uno de sus mejores blancos a partir de las uvas que cosecha en los viñedos que pertenecieron a la Abazzia di Rosazzo.
Abazzia di Rosazzo 2021, de Livio Felluga (Friuli)
Entre los productores de vinos tintos, uno de los protagonistas más destacados en esta edición de Vini d’Abazzia ha sido sin duda Cascina del Monastero, propiedad de la familia Grasso, que firma formidables Barolo y tiene sus orígenes en un monasterio que se asentó a los pies de las colinas del Langhe (Piamonte) en el siglo XVI.
Barolo Annunziata 2019, de la familia Grasso, viticultores en Langhe (Piamonte)
Los vinos franceses –a través de la red Les Vins d’Abbayes– e incluso los de Georgia –con la representación del ancestral monasterio de Alaverdi– también participaron de la cuarta edición de este singular encuentro que forma parte del proyecto regional Le Vie del Giubileo e impulsa el turismo enogastronómico y cultural, aunando la tradición vinícola, con la historia y la devoción espiritual. En el que el vino español también debería estar presente, en futuras ediciones.
Sexta, séptima y octava costillas son las favoritas ¿Por qué?
Tras recoger experiencia en elBulli, Lavinia y Monvínic, Isabelle Brunet presenta Calcite.
Cada año recorremos España buscado restaurantes para comer muy bien mirando el mar. Esta es…
Entre el 8 y el 12 de septiembre se elegirán los cinco finalistas.