No cabe duda de que la garnacha tinta es la uva de moda en el viñedo español. Lo cual es una buena noticia, porque se trata de una variedad muy extendida en toda la península, autóctona y con una larga tradición, que no obstante sufrió un menosprecio generalizado en tiempos no muy lejanos –cuando los bodegueros patrios suspiraban por el charme de la cabernet, syrah, y demás foráneas– y tuvo que esperar un acto de "justicia vinícola" para reivindicar su potencial.
Una de las virtudes de la renacida garnacha es su capacidad para dar a luz vinos muy diversos, ya que, vinificada con esmero, funciona como una lupa que destaca las características del terruño donde crece. Esto es lo que explica la gran diferencia que existe entre los ligeros tintos de garnacha que se elaboran en Méntrida y Madrid, los carnosos y contundentes que proceden del viñedo aragonés y los complejos vinos del Priorat que dan protagonismo a esta variedad, tan ricos en matices minerales.
Aunque es quizás en Rioja donde la garnacha puede deparar las más grandes sorpresas. Desplazada por la tempranillo desde hace largas décadas, no son muchos los viñedos viejos de esta uva que han conseguido sobrevivir.
De allí que el flamante lanzamiento de este Escondite del Ardacho sea una buena noticia, porque está elaborado a partir de ancianas cepas de garnacha –y otras uvas, en una proporción minoritaria– que perviven en Viñaspre (Álava). Y ofrecen una expresión muy distinta –más sedosa, elegante, ligera y atlántica– a los vinos la Rioja Baja, donde esta uva es más habitual.
En resumen: un pequeño tesoro, revelado con exquisitez por una nueva bodega, Tentenublo, que sin duda dará mucho que hablar a partir de ahora.
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