Reflexivo, perfeccionista, metódico, puntilloso hasta el extremo, en su trabajo no hay lugar para la improvisación. Su planteamiento culinario es absolutamente racional, pero con un punto de insolencia.

Avalado por un carrerón de vértigo (Guggenheim, Mugaritz, elBulli…) y apenas cumplidos los 30 años, Morales, con su cara de niño bueno y sus modales educados, se desmarca de modas y tendencias, y transita por un camino culinario propio. 

Después de dos años en tierras valencianas Morales ha cerrado un nuevo capítulo de su carrera al abandonar el hotel Ferrero. De momento está en Córdoba, su tierra, calibrando nuevos proyectos, y ejerce como asesor del restaurante recién inaugurado en el hotel Torralbenc de Menorca y en Al Trapo en el Hotel de las Letras de Madrid

La etapa Ferrero le ha servido para fijar su estilo de trabajo, Alejado del trajín de los restaurantes urbanos, en la paz del monte, tuvo tiempo para reflexionar, imaginar y cocinar en estrecha unión con el territorio. El gran cocinero que habitaba dentro de él explotó, confirmando el lugar que por derecho le corresponde en el pelotón de cabeza de la cocina nacional. Imbuido por una suerte de neonaturalismo culinario ha reinventado la vanguardia huyendo de la tecnificación innecesaria. Sin renunciar a la innovación y a una cierta provocación, es capaz de encontrar en el producto todas las respuestas. Arranca lo mejor de cada ingrediente, imagina armonías inéditas y reivindica el sabor como hilo conductor de una cocina enraizada en la tierra.  El camino lo inició en Mugaritz -junto a Andoni L. Aduriz de quien fue jefe de cocina- pero ahora, libre de herencias y más seguro de sí mismo, lo ha hecho completamente suyo. La búsqueda de la esencialidad culinaria no ha hecho más que empezar. 

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