Fusión con sentido. Esta “casa de comidas” (como reza su nombre), funciona notablemente con una desenfadada oferta de cocina fusión, con influencias de Latinoamérica y Asia, de ahí el nombre combinado de” Latasia”. En concreto, juega con sabores de Perú y de diferentes partes de Asia: India, Filipinas, Japón, China, Tailandia o Singapur, integrados en muchos casos con la cocina española, casi siempre de forma acertada. Así podemos encontrar, unos callos a la madrileña con curry rojo tailandés, un tiradito peruano de zamburiñas gallegas, un ramen japonés de cocido madrileño o unas gyozas de morcilla de Burgos.

DIRECCIÓN: Paseo de la Castellana 115 madrid (COMUNIDAD DE MADRID) .ESPAÑA

CONTACTO: 915559333   http://www.latasia.es


TIPO DE COCINA: Fusión

DÍAS DE CIERRE:Domingo cena


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APROPIADO PARA: Para ir en pareja, Con amigos, Urbano

TIPO DE DECORACIÓN: Contemporánea



Fernando Calero Gil
VALORACIÓN 5.5/7

Comer en Latasia es un divertido viaje de contrastes, que refleja las experiencias en cocinas de diferentes países  de sus propietarios, los hermanos Sergio y Roberto Hernández.  El local está decorado de forma agradable e informal, aunque es un poco ruidoso. Conviene sentarse en sus mesas de madera, sin mantel, con la mente abierta y el paladar preparado para sabores agridulces, cítricos, picantes y ahumados. El punto fuerte, a diferencia de otros restaurantes que están abriendo en Madrid al calor de la moda de este tipo de cocina, es la calidad de la materia prima y el equilibrio en los platos.

Cuando las trece mesas del local están a tope el servicio se ralentiza un poco y los platos no siempre llegan a la mesa con el ritmo adecuado, haciendo esperar demasiado a los comensales (quizás haga falta una persona más en sala o en cocina). El pan de hogaza, blanco o de centeno, juega sin embargo a favor de la experiencia global y ayuda a disfrutar de las sabrosas salsas de algunos platos. En cualquier caso el servicio es correcto, alcanzando un grado superior cuando Roberto sirve y explica los platos con detalle, deteniéndose en la forma de preparación y hasta en la procedencia del producto si el comensal muestra interés en ello.

De aperitivo de la casa, aparte de unas agradables aceitunas aliñadas, llegan unas samosas de ropa vieja, bien fritas y muy sabrosas, aunque quizás excesivamente fuertes como inicio. Después, como entrantes: un fantástico tiradito de zamburiñas con alga codium y huevas de tobiko, muy fresco, que hubiera sido ideal para despertar el paladar antes de las samosas; un tartar de atún nikkei sobre causa limeña, un poco soso, que mejora con las dos salsas que le acompañan, de rocoto y aceituna morada; unos adictivos mejillones gallegos al curry, pequeños y con un picante agradablemente reducido por la leche de coco; y una stracciatella de burrata con tres tipos de tomate aderezados con un escabeche de setas, plato en el que destaca, además de la suavidad del queso, el delicioso sabor del tomate acabado al horno, previamente macerado en un almíbar de soja, citronella y jengibre.

   

   

También están en las sugerencias los “inevitables” baos (ya casi todos los restaurantes de moda incluyen estos panecillos orientales hechos al vapor, de escaso sabor pero suaves en el paladar, respetando los sabores del relleno), en este caso de un sabroso anticucho de pollo marinado, con la pertinente aclaración de Roberto explicando que están hechos con la pechuga y no con el corazón, como es lo más habitual en los anticuchos de ternera peruanos. Mención especial merece una estupenda menestra de nueve tipos de verduras ligadas con un caldo de cocido y coronadas con un velo de papada ibérica. Armonía de sabores y texturas con una ejecución impecable que deja las verduras casi al dente.

   

Llegando a los platos principales destaca el buen punto de un pez mantequilla al horno marinado en miso y amontillado, acompañado con pak choi, esa verdura de origen oriental y con un ligero sabor amargo. Las carnes tampoco bajan el nivel, con un sorprendente “bocado de la reina a la parrilla con barbacoa japonesa y verduras salteadas”, una carne roja casi cruda, de la parte del estómago de la vaca, tierna como un solomillo pero más sabrosa, que desgraciadamente llega algo fría, como las verduras que la acompañan.

   

Entre los postres sobresale una suave tarta de zanahoria con glaseado de queso, crema de naranja y jengibre,  crujiente de zanahoria  y sorbete de ylang ylang, que destaca por ser cítrico recordando un poco al pomelo o la mandarina. El juego de sabores funciona, refresca y facilita un final agradable y ligero.

La carta es vinos es más que suficiente para este tipo de restaurante, ofreciendo varias cervezas, algunas artesanales, vinos por copas y botellas originales de diferentes lugares de España a precios comedidos, lo que hace que la cuenta final pueda ser muy razonable. No faltan vinos generosos y hasta un cava y un champagne, para que todo comensal pueda encontrar algo a su gusto.

En definitiva, fusión con sentido, sabores sorprendentes pero equilibrados. El servicio es mejorable pero la experiencia es divertida y se trata de una casa en la que, por calidad y precio, se puede repetir. Si quieren ir en fin de semana reserven con antelación.

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