A mitad de camino entre la locura y la sensatez, la adolescencia y la madurez, su cocina es una invitación caminar por el borde del arco iris, eso sí, un arco iris gastronómico

Un punto de locura impulsa la cocina del siempre sonriente Ramón Freixa. Imaginación, fantasía, humor, frivolidad… y bajo ese aparente juego, un largo proceso de reflexión, de búsqueda apasionada alrededor de todo aquello que comprende la cocina. Para él no hay cocina sin sorpresa ni trabajo bien hecho sin esfuerzo.  Desde los sabores populares de su Cataluña natal, emprende un “viaje aromático” que le lleva a conocer las cocinas del resto del mundo y a establecer vínculos de unión con ellas sobre todo mediante el uso de especias, hierbas y otros productos. Partiendo de la tradición, que reside en la memoria, llega a la modernidad. Freixa de afana por mantener la innovación, por estar al tanto de todo cuanto sucede a su alrededor. Presentaciones vistosas, armonías sutiles, platos de gran belleza que tratan de excitar todos los sentidos y que en ocasiones se presentan como “micromenús”, en los que el ingrediente principal se desdobla en varias preparaciones que se sirven al tiempo ante el comensal, desplegándose en abanico. Su pasión estética  -“mi cocina es sabor y color” afirma- trasciende los platos y se instala en el entorno, haciendo del restaurante una prolongación de los mismos. Freixa persigue la excelencia en el detalle por eso su puesta en escena es brillante: lujo contemporáneo, con un poso clásico, el trasunto de su propia que su cocina. Sofisticación y glamour a partes iguales. Largos manteles de lino, copas de Bacarat, cubiertos dorados, vajillas de Limoges… y todo con un toque de humor. Porque Freixa, que recibe con chaquetilla, mandil y deportivas de colores chillones es un provocador, un trasgresor nato, que se ríe de sí mismo y está de vuelta de todo. Por eso confía en un equipo joven y poliglota que se viste de forma desenfadada y sabe muy bien como tratar a cada comensal.

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