Vivimos en la época de las fake news, de los bulos, de las supercherías. En este sentido, la nutrición es terreno abonado para que surja todo tipo de informaciones falsas… y para que nos las creamos.


De hecho, de acuerdo con el I Estudio sobre Bulos de Salud, editado por el Instituto #SaludsinBulos y Doctoralia, “la temática relacionada con la nutrición supone más de la mitad (54%) de las ‘fake news’, y su proliferación tiene consecuencias para la salud”. Ese es el panorama de los bulos sobre alimentación que pululan en España y otros países.

Más allá de bulos malintencionados, la nutrición también está llena de mitos y leyendas que, sin maldad, nos llenan la cabeza de ideas erróneas. De consejos que atribuimos a ‘la sabiduría popular’, que nos creemos a pies juntillas y que seguimos transmitiendo en nuestro entorno. Hoy hacemos un repaso a algunas de esas creencias.

La vitamina C previene (y cura) los resfriados

Lo hemos oído y repetido hasta la saciedad: la vitamina C previene los resfriados. Y, en consecuencia, bendito sea el zumo de naranja. Esta idea proviene de 1970, cuando el científico Linus Pauling publicó el libro Vitamina C y el resfriado común’. Fue un best-seller mundial y sus postulados se propagaron como el virus que pretendía combatir. No es raro que tuviera éxito: Linus Pauling no era un cualquiera, sino nada menos que un investigador que había recibido el Nobel de Química en 1954 y el de la Paz en 1962.

Con estas credenciales, si el doctor Pauling dice que la vitamina C es buena para los resfriados… tendremos que creérnoslo, ¿no? Sus tesis comenzaron a ser rebatidas en los años siguientes, cuando innumerables estudios pusieron a prueba la relación entre los catarros y la vitamina C y no encontraron indicio alguno de que supusiera una ventaja, ni para prevenir ni para curar. Ya en 2017, la Universidad de Harvard revisó la teoría de Pauling y corroboró que era un ‘fake’ como la copa de un pino.

 

Las vitaminas del zumo de naranja ‘se van’

‘Bébete el zumo ya, que se le van las vitaminas’. Se lo hemos oído a nuestras madres y se lo hemos repetido a nuestros hijos. Es una de esas muletillas cansinas que se transmiten de generación en generación -como lo de que el chicle se te puede pegar a las tripas- y que, resulta ahora, no tiene ninguna evidencia científica.

Tal y como explica Deborah García Bello, química, divulgadora científica y autora del libro ‘¡Que se le van las vitaminas!’ (Ed. Paidós), “la vitamina C es hidrosoluble, es decir, se mantiene disuelta en el zumo y no se evapora ni se estropea, ni siquiera varias horas después. De hecho, la vitamina C se utiliza como aditivo alimentario bajo el nombre E-300. Por sus propiedades antioxidantes se añade a los alimentos procesados como conservante, así que es una sustancia muy estable, que sirve para mantener las propiedades nutricionales de otros alimentos durante más tiempo”. Así que no tiene mucho sentido eso de poner un plato encima del vaso de zumo: las vitaminas no se van a escapar volando.

 

El chocolate provoca acné

Otro clásico imposible de desterrar, especialmente porque tiene una base de realidad. Y esa base es el azúcar, no el cacao. Así, explica el doctor Jorge Soto de Delás, miembro de la Asociación Española de Dermatología y Venereología (AEDV), “se ha comprobado que los alimentos con alto índice glicémico (es decir, aquellos que pueden elevar rápidamente nuestro nivel de azúcar en sangre) pueden empeorar el acné”.

¿Y qué alimentos son los que tienen un alto índice glicémico? “Los que son sometidos a procesos especiales para su conservación, con gran cantidad de aditivos, colorantes, conservantes y potenciadores de sabor que no son beneficiosas para nuestro organismo y no aportan los nutrientes necesarios: harinas, pan o arroz blancos, azúcar… “. Es decir, para tu acné no es lo mismo que tomes chocolate negro con 90% de cacao a que tomes chocolate con leche con 90% de azúcar… Cuando se tiene propensión al acné, la alimentación es muy importante, pero no le eches la culpa solo al cacao, sino a todos los demás procesados.

 

El azúcar vuelve a los niños hiperactivos

A diferencia de otros mitos que se han transmitido en España durante generaciones, la relación entre consumo de azúcar e hiperactividad infantil parece más bien importado de Estados Unidos. En series y películas americanas hemos visto a críos que se vuelven medio tarumbas porque les dan chuches, o que no pueden dormir porque han tomado dulce para cenar… y hemos ido aceptando esa relación. Desde el Instituto Salud Sin Bulos se nos asegura que “el azúcar no influye en el comportamiento de los niños.

Como se han encargado de aclarar la Academy of Nutrition and Dietetics o el prestigioso portal WebMD, la supuesta relación de la ingesta de azúcar con la hiperactividad infantil es un mito que se remonta a los años 70, cuando un médico sugirió la eliminación de algunos compuestos como tratamiento contra la hiperactividad”. Si nos vamos a la fructosa, “su ingesta en forma de azúcar añadido se relaciona con diversos efectos adversos como alteraciones en el control glicémico, hiperuricemia y elevación de los triglicéridos, pero estos no aparecen cuando se consume a partir de las frutas enteras como se recoge en revisiones sistemáticas recientes”. Es decir, entre los efectos perjudiciales del consumo de fructosa como azúcar añadido no se encuentra la alteración del comportamiento infantil.

 

Comer fruta después de las comidas engorda

O comerla en ayunas, o comerla antes, o por la noche, o haciendo el pino… Acerca de cuándo comer la fruta estamos acostumbrados a oír una cosa y la contraria. Y, si unimos la palabra ‘engordar’, más todavía. La doctora en Farmacia y nutricionista Marián García, autora de ‘El jamón de york no existe’ (Ed. La Esfera de los Libros), nos explica que “no hay ninguna razón fisiológica para no comer fruta de postre. Supongo que las razones de los gurús que predican este argumento serán más bien cósmicas. La fruta tiene el mismo aporte calórico antes, durante y después de las comidas. Es probable que si tomamos las frutas antes lleguemos a la hora de comer más saciados. Pero, más allá de esto, poco se puede ganar cambiando el orden de ingesta de la fruta”. Y, con respecto a comerla por las noches, la famosa Boticaria García insiste: “No hay evidencia científica de que haya un momento del día mejor que otro para comerla”.

 

Toma primero el zumo de naranja y después la leche

Hay que ver la de mitos asociados al zumo de naranja que hay… y éste es otro de ellos. La creencia popular nos habla de que no es bueno tomar a la vez leche y zumo de naranja (o de limón, pomelo u otro cítrico), ya que el ácido de la fruta cortará la leche. Por eso recomienda separar en el tiempo ambos alimentos.

A ver, si a nuestro vaso de leche le añadimos una sustancia ácida, se ‘cortará’: le saldrán grumos, que se irán al fondo, y arriba quedará un agüilla diluida. Eso no es malo, no es perjudicial: piensa que una de las primeras fases de la digestión se da en el estómago, en donde el ácido clorhídrico (mucho más agresivo que el de un zumito, como bien saben los que padecen de reflujo gastroesofágico) ‘corta’ la leche y todo lo que le llegue, pues esa es su función: facilitar el proceso digestivo. Una cosa más: podemos tomar leche cortada, otra cosa es que nos dé cierto repelús. Pero sentarnos mal… nada de nada.

Los pollos tienen hormonas

Tema delicado que nos lleva a tiempos oscuros de malas prácticas en la cría de animales… Aquí tenemos que remitirnos a la legalidad, y ésta es que Europa prohibió el uso de los anabolizantes tradicionales, los productos hormonales y los ß – agonistas como promotores del crecimiento en todas las especies productivas.

Desde Maldita.es desmontan este bulo y nos aclaran que ni la piel del pollo es tóxica ni su carne tiene hormonas, entre otras razones porque su uso no tendría justificación científica ni económica. Es verdad que los pollos de hoy son más hermosotes que los de antaño, pero esto se debe a los criterios de selección genética. Un último argumento: puesto que la hormona de crecimiento es una proteína, solo se puede administrar por vía intravenosa. Y eso implicaría pinchar todos los días a todos los pollitos. Demasiado caro, ¿no?

 

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María Corisco

María Corisco

1 Comment

  1. mariranita el 20 octubre, 2020 a las 19:32

    Creo que tampoco estaría de mas remarcar las diferencias entre el jamón ibérico, el bueno, y el jamón serrano, ya que corren muchos bulos en torno a este preciado producto.
    El jamón ibérico tiene grasa cardio-saludable, aporta beneficios para la salud y es incluso recomendado en multitud de dietas. Claro que estamos hablando de jamones ibéricos, con sus tiempos de curación y con sus certificados de calidad y procedencia. Que no te engañen con cualquier jamón. https://comprarjamones.org/guia-para-comprar-jamon-iberico-de-bellota/

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