La reina silenciosa
Carmen Ruscalleda es la cocinera más estrellada del mundo. Entre sus tres restaurantes suman siete macarrones.
Carmen Ruscalleda no es muy dada al ruido mediático. Acude cuando la llaman, pero prefiere estar en un segundo plano, en su cocina, con su gente, atendiendo sus negocios.
Discretamente esta mujer de caracter, menuda, jovial, que derrocha energía, se ha situado a la cabeza de la mujeres cocineras al recuperar la segunda estrella Michelin en Sant Pau, su restaurante de Tokio, donde la perdió en 2011. Con el nuevo macarrón, suma siete: tres en Sant Pau (San Pol de Mar) dos en Moments (Barcelona) y dos en Sant Pau (Tokyo). Idéntica cantidad que otro grande de la cocina española, Martín Berastegui que luce tres en Martin Berasategui (Lasarte), dos en Lasarte (Barcelona) y dos en MB (Tenerife)
Aunque a ella no le gusta hablar de sí misma como mujer cocinera y prefiere medirse con sus colegas sin hacer referencia al sexo (por este motivo renuncio a ser nombrada mejor cocinera del mundo por la revista británica Restaurant, promotora de la lista 50Best), el hecho de que sea la única mujer en el planeta con siete estrellas es un hito. Tampoco son muchos los varones que la igualan o superan (Ducasse, Robuchon, Gagnaire, Berasategui…). Así de una forma discreta, a fuerza de trabajo y esfuerzo, se ha convertido en la reina de la gastronomía mundial.
Está contenta. Contenta porque Sant Pau (que cumple 10 años en 2014) ha vuelto al lugar que merece. Y porque ha sido capaz de formar un equipo de cocineros japoneses, dirigido por Yosuke Okazaki, que interpretan a la perfección el alma de la cocina mediterránea según el guión que ella misma les escribe. En cierta ocasión comentaba que no le extrañaba que en su restaurante de Tokio se comiera igual de bien que en el de San Pol de Mar “es increíble, los japoneses son tan perfeccionistas que me mejoran las recetas. No dejan lugar a la más mínima improvisación”. La historia de Tokyo fue difícil, ya que ella no quería emprender el proyecto, pero la perseverancia y paciencia de sus socios locales la convencieron. La aventura ha merecido la pena "sobre todo -dice- porque he aprendido mucho de su cultura. Se ha producido un intercambio muy fructífero, no solo de ingredientes -tengo nabos daikon en mi huerto del Maresme, por ejemplo- sino también de ideas, de filosofía".